miércoles, 28 de noviembre de 2007

Solo en el metro


Ah, el querido metro...
Cuantas anécdotas, para bien o para mal.
Pero esta vez para mal.
A lo largo de esta bitácora, hemos hablado del metro y muchos sucesos que han tenido lugar en el medio de transporte más socorrido por los mexicanos y como decía antes, momentos agradables, curiosos, graciosos y hasta de pena ajena, aunque también están los que como en esta ocasión, nos dejan pensando que las cosas no andan nada bien.
Todo comienza como siempre, un día normal sin poner especial atención a la gente de alrededor que a final de cuentas, uno no conoce y a veces no quisiera nunca conocer.
Asi las cosas, llegué a la estación Candelaria para hacer correspondencia con la línea 1. Me dirigía hacia l puerta de salida del vagón cuando ya tenía literalmente encima de mi a una señora en la parte de atrás. Al abrirse la puerta, la señora sale como disparada tratando de brincarme y empujándome para pasar. Por supuesto, mi reacción natural ante semejante desvarío fue quitármela de encima y externándole mi molestia, le grite un ¡vieja loca! a lo que ella salió corriendo.
Al llegar a la escalera, me la vuelvo a encontrar, aunque ahora la veo parada recargada en la pared, algo sospechosa pero no le doy importancia y empiezo a bajar.
Cual será mi sorpresa cuando la veo acercarse y empujarme de nuevo y después la observo quedarse ahí parada gritándome que le devolviera su desarmador...
Yo me quedé estupefacto como medio segundo, pero en ese momento me pareció una eternidad. Yo traía puestos mis audífonos y me los quité para entender lo que me gritaba la loca esta y cuando escuché lo del desarmador por mi cabeza pasaron mil pensamientos en una décima de segundo intentándo comprender a que se refería con eso.
De pronto, no se de que manera volteo hacia abajo y encuentro un desarmador pequeño de unos 15 cms. clavado
en mi pierna derecha y fue entonces que reaccioné y corrí escaleras abajo.

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