viernes, 13 de julio de 2007

Crónicas del metro

El metro de la Ciudad de México transporta diariamente 3 millones 882 mil181 personas diariamente recorriendo 39 millones 439 mil 353 de kilómetros repartidos en 11 líneas y prestando servicio los 365 días del año.
Imagínen entonces la cantidad de historias que tienen lugar a cada momento en este sistema de transporte colectivo...
Hoy voy a inaugurar una sección que trate de recopilar las historias más relevantes dentro del subterráneo mexicano a través de los ojos de su servidor (que palabra más ridícula).
Comencemos con lo ocurrido el día de ayer. Viajaba como habitualmente lo hago por el metro de la línea 1 que va de la estación Observatorio hasta la estación Pantitlán, que es una de las líneas más largas y más transitadas. Yo tomo el trayecto comprendido entre las estaciones de Juanacatlán hasta Salto del Agua, que son 7 estaciones: Juanacatlán, Chapultepec, Sevilla, Insurgentes, Cuauhtemoc, Balderas y Salto del Agua en ese orden.
Para los que conozcan el metro sabrán que Juanacatlán no es una estación muy concurrida, por lo que uno puede entrar con cierta facilidad al vagón y tal vez dependiendo de la suerte, encontrar un lugar vacío para sentarse. Aunque este no fue mi caso, logré entrar sin dificultades y me acomodé en la parte trasera, pegado a la puerta del otro lado que no se abre en estas estaciones.
Tengo la costumbre de escuchar mis audífonos durante todo el trayecto para desconectarme un poco del ruido provocado por las masas de gentes y los vendedores ambulantes (de los que hablaré en otra ocasión, ya que merecen todo un post aparte).
Al llegar a las estaciones siguientes, Chapultepec en este caso, es donde comienza la entrada masiva de personas en los vagones. Aquí es donde entra el personaje protagonista de esta historia .
Señor regordete entrado en los 40's con pinta de obrero, espera afuera de la puerta el momento de que suene la señal de cierre y empuja a todos para meterse y quedar cerca de la salida.
Esto es una táctica común de las personas que bajan en la siguiente estación para salir rápido y no estorbar. lo que se vuelve en contra cuando el sujeto no baja en la siguiente estación y tampoco quiere perder su posición privilegiada, por lo que no se quita.
Como en las siguientes estaciones el flujo de personas es alto, obviamente comienzan los empujones y el calor humano se deja sentir, por lo que nuestro protagonista (genial por cierto) comienza a sudar.
Al llegar a la estación Cuauhtemoc, el señor no resiste más y jala la palanca de emergencia, provocando con esto una alteración general de los pasajeros. Como es normal, toda la gente voltea hacia nuestro personaje para saber la razón por la que accionó dicha palanca.
Al darse cuenta de esto, el policía que se encuentra cerca del área limitante entre hombres y mujeres (porque en el metro se destinan los dos o tres primeros vagones del tren para mujeres y niños en las horas pico) llega a verificar lo ocurrido.
Y aquí comienza la joya de representación que nos brindó nuestro protagonista: Al acercase el policía y ver la palanca activada el señor le pide, de manera muy amable y con voz entrecortada, que si pueden hacerle el favor de... ¡encender el aire acondicionado! O con sus propias palabras: "Poli, que nos echen el aire ¿no?"....
Como es el chofer del tren el que tiene la llave que reactiva la palanca de emergencia, llega al lugar y al pretender hacerlo, nuestro irreverente personaje le hace la misma petición, agregando que si no encendía el aire "nos vamos a morir de aire aquí".
El chofer, incrédulo ante tal petición, no encuentra que respuesta darle al hombre. Es más, con tal de olvidarlo y continuar el viaje se da la vuelta y comienza el regreso a la cabina. Pero nuestro hombre no va a dejar que las cosas pasen así, no señor, Se vuelve a salir y le grita al operador del metro: "Chofer, nos morimos de aire, échanos el aire" y si esto no fuera suficiente, entra al vagón y nos pide amablemente, aunque un poco alterado ante tan urgente situación: "Apóyenme, muchachos" a lo que siguió un silencio, que no incómodo sino más bien de risas contenidas por la muchedumbre.
Ante tal petición, el operador se regresa y le explica al señor que la palanca de emergencia no es para pedir algo tan irrelevante como el aire acondicionado (que en realidad es un ventilador solamente) y que debería poner más cuidado o pediría a la autoridad lo retiraran del lugar. (Los operadores del metro tampoco son tan propios como lo acabo de escribir, pero no logré escuchar claramente lo que decía pues yo seguía con mis audífonos y los acordes de "Come on! Swing All" de YMCK, grupo japonés buenísimo, por cierto. Además le restaría mérito a nuestro protagonista y su excelso comportamiento).
Nuestro hombre, desencantado de no lograr su objetivo y espantado por la amenaza, prefirió no continuar su alegato y buscó evadir su responsabilidad argumentando: "Chofer, nos morimos de aire acá, Gracias chofer (al verlo alejarse) ¡Chofer! ¡Chofer! ¡Yo no fui eh chofer! ¡Yo no le jale!..."
Y así fue como continuamos nuestro viaje. Sin volver a escuchar al susodicho, que por cierto se bajó en donde yo bajé y no lo volví a ver.
Y por cierto, si alguien estaba preguntándose el estado del sujeto o tratando de averiguar la razón por la cual actuó de esta manera... Sí, están en lo correcto. Estaba borracho. Su aliento y olor lo confirmaban.

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